Cantar épico y elegíaco
Por Héctor Alvarez Castillo (*)
a Eduardo Rodríguez Arguibel
I
Nos han dejado esta noche.
¡Quién no desea elevarse
Si hasta la semilla se hace árbol!
Vengo de lejos
Pero la voz nos une,
Nos une la palabra.
No sólo de leguas
Se hacen las distancias.
Soy de cuando la gente
Se reunía
Y el fuego
Era matrimonio
De brasas
Y paisanos.
El fuego que ahora recuerdo
Calcinó por igual
A hombres y bestias,
Nadie distinguió
Entre mujeres y ancianos,
Y, cosa rara,
Nos dejó esta noche
Que desvela,
Presa de luz mala.
No debo callar,
Debo hablar
Y decir cómo sea
Lo que esta memoria
Recuerda.
La historia la conocí
Cuando no pisaba
Esta tierra,
Esa verdad
No hay quien
La niegue
O no la sepa.
La sentí mía.
Las noticias llegaban
Y eran partes de guerra,
Entre los dedos
Corría la tinta
Y se hacía sangre,
Espesa.
No soy el mismo,
Con el tiempo
Nadie es el mismo.
Eso no sólo
Le pasa
A los seres;
Nada es lo mismo
En esta tierra,
No sólo cambian de nombre
Los ríos y montañas.
Cuando nací
La Patria era una,
En ella fui músico,
Poeta y jurisconsulto.
Los años enseñan
Que regresa el hombre
Como el viento,
A veces en silencio,
Otras en tormenta.
Hoy me vestiré de poeta.
La voz animará historias,
Allá lejos, tierra adentro,
Entre ciénagas y pantanos,
Entre montes y la selva.
Me vestiré de poeta,
Aparecerán rostros y cuerpos
Regados como noche,
Rostros y cuerpos de aquellos
Para los que apenas hay recuerdo.
Son estas
Las memorias de la Gran Guerra,
De la Guerra Guasú,
Guerra infame si las hubo,
Que sangró nuestros pueblos,
Que diezmó a los de nuestra sangre,
Lanza que abre como tajo
Y no perdona.
No hubo misericordia,
No hubo aurora para esos hombres,
No hubo pañuelo para ese llanto,
Ni consuelo para las mujeres
Ni piedad para los niños.
La despedida fue el río,
Desaparecieron con la corriente;
La muerte no distingue
Uniformes ni banderas.
II
Un día
Un colorado traidor
Se hizo de hombres
Y de barcos.
El Imperio del Brasil
Aprovechó
La enemistad entre orientales,
Y con cañones, fusiles
Y miles de soldados,
Quebró las defensas
De Paysandú:
Ciudad heroica,
Valiente y noble
Pueblo sanducero.
Un mes
Los bravos orientales
Soportaron el sitio,
Un mes en la ciudad,
Otra vez castigada,
Se oyó el bramido
De los cañones,
Se respiró el humo de las armas,
El gemido de los hombres,
El olor a la matanza.
En Caridad
Las mujeres
Se refugiaron
Con niños,
Heridos
Y ancianos.
En Caridad,
Isla que en las costas
Del Uruguay
Hermana dos patrias,
Baño de plata
Que salva,
Patrias
Que son el hombre
Y su imagen
En el agua.
“Heroico Paysandú
Yo te saludo,
Hermano de la patria
En que nací”.
A fuego y sangre
Entraron
Las milicias de Venancio:
Allí nació el ejército
De brasileros y uruguayos;
Fuerzas que sembraron
Suerte despiadada.
Ese fue el origen,
La semilla
De la afrenta;
Esas jornadas
Sólo auspiciaban
Sangre, dolor y muerte
En la nación paraguaya.
Sueños de expansión
Tenía el Imperio,
Antiguo dominio
De los fuertes
Sobre los débiles.
Esas fuerzas de Venancio
Se ganaron, por los siglos,
El escarnio.
Los muertos aún desfilan,
Hacen ruido en los esteros,
En lodazales y pantanos.
Quiebran lanzas
Y degüellan.
No se saben apariciones,
No lo saben,
Moran al lado
De los ka`aguy póra.
Son las ánimas
Que se mueven
Al son de guerra
En la batalla.
No descansan los jinetes,
No descansan los soldados.
¡Tanta suerte despiadada!
“Heroico Paysandú
Yo te saludo,
Hermano de la patria
En que nací”.
Así fueron esos días
En la primavera del sesenta y cuatro,
Para enero el Uruguay
Tenía a Venancio en el palacio
Y a Cruz Aguirre derrocado.
Flores, apellido aciago,
Flores generosas en las tumbas
Junto a lápidas,
Y en las fosas los valientes,
Los mejores militares
Contra el paredón fusilados.
¡Esa triste epopeya
No la pintaste,
Querido Cándido!
Tu mano se guardaba
Para el mayor estrago
Entre naciones americanas.
En las ciudades, en los pueblos,
La gente
No se siente en buena casa;
Algunos se confiesan,
Otros por temor, callan.
Se huele lo que se avecina,
Se mancillarán
Las armas de la Patria;
Ayer liberaron,
En la noche que nace
Masacran.
Nuestra tierra
En su infancia
Troca esperanzas
Por agonías.
¡Malhaya quien festeje
Tal suerte desalmada!
“Heroico Paysandú
Yo te saludo,
Hermano de la patria
En que nací”.
III
Una historia cuenta el río,
La repiten las ramas
Cuando el viento habla,
El canto de los pájaros
Cuando la primavera
Retorna a los bosques.
La repiten
Las voces de los niños
Que no han visto
El rostro del padre,
Que ven
La madre
Llorar
En un rincón
De la casa.
Los vestigios de esta historia
Duermen en los libros,
Pero no hay memoria
Que todo lo sepa
Ni juicio
Que dé justo término
A esos destinos.
Vagan fantasmas
En la noche
Donde los halló
La muerte.
Siguen su triunfal procesión
La vanidad y el oro
Que enlutaron un continente,
La sabiduría
Y la compasión
Hacen la paz, no la guerra.
En Yataytí-Corá,
Usted, General,
Tuvo la oportunidad
De la clausura,
Pero decidió
Que el reguero
De sangre criolla,
De sangre americana,
No cesara su curso.
Usted consultó
Con el imperio aliado,
Y la voz del Imperio dictó
Que ese tronco joven
Se partiera en dos
Y que de su leña
Sólo restara ceniza,
Arbol fulminado por un rayo,
Madera de todo árbol talado.
Y en lo profundo de esas matanzas:
Todas banderas enlutadas,
Todas banderas en sangre.
No son felices los pueblos
En la fiesta de la Parca.
Los demonios de la naturaleza
Se asombran de nuestros actos,
Visitan los camposantos
Y sólo huelen ausencias.
Es el río
El que se lleva los cuerpos,
Son profundas fosas,
Gargantas enamoradas
Donde se entierran
Carnes ya sin alma,
De los de ellos,
De los nuestros.
Sangre que corre como río,
Río de sangre.
(*) Extenso poema, del que se publica ahora solo un fragmento, inspirado en los acontecimientos de la Guerra del Paraguay. Integra la antología “Poetas profanos”.